
En el Martes Santo, nos sumergimos en la profunda contemplación de la humildad y paciencia de Jesús, quien, vestido con la corona de espinas y la capa rojo púrpura, enfrenta la humillación con una humildad y serenidad que están fuera de este mundo. ¿Cuándo fue la última vez que te peleaste y no tuviste la paciencia para soportar a ese hermano o hermana que no aceptó tu consejo o te maltrató?.
En este día que recordamos su camino de sufrimiento y entrega, donde la grandeza se revela en la sencillez, y la fuerza se manifiesta en la mansedumbre.
Nos invita a reflexionar sobre la verdadera grandeza, que no reside en el poder terrenal o la gloria superficial, sino en la capacidad de soportar el sufrimiento con paciencia y la humillación con dignidad. Jesús nos enseña que la verdadera fortaleza se encuentra en la entrega total a la voluntad de Dios, incluso en los momentos más difíciles y dolorosos de nuestra vida.
En este Martes Santo, contemplemos la figura de Jesús atado a la columna como un símbolo vivo de amor incondicional y fidelidad divina. Que su ejemplo nos inspire a seguir adelante con valentía y humildad, confiando en que, incluso en medio de nuestras pruebas más difíciles, Dios está con nosotros, guiándonos con amor y compasión.